Bocas ávidas, hambrientas de pezones oscuros: manantiales de vida. Bocas. Miles, millones de pequeñas bocas desdentadas, tiernas, luctuosas ya en el primer albor de una sonrisa. Bocas que no serán besadas jamás por otras bocas, que no pronunciarán un nombre con dulzura, que no repetirán la melodía ancestral de su pueblo. Bocas que no resistirán la primavera porque habrán sucumbido -inocentes- antes de que un derecho, natural y preciso, las rescate en el tiempo. Bocas aferrándose al llanto como único recurso de alimento, como único repudio del olvido; porque no habrá otras bocas que afirmen su existencia trazándoles senderos de esperanza por donde acuda un sueño -sin dolor y sin moscas- hasta la desazón de sus entrañas. Bocas que son aniquiladas ya antes del esbozo: en el envite último del vientre o en el primer aliento de un gemido. Bocas que no llegan a ser ni tan siquiera un número estadístico en un oscuro archivo de oficina. Bocas por las que llora el alma de un escaso destino atormentado, por las que gritan dioses -pequeños, taciturnos- sin poder y sin gloria. Bocas que mueren sin saber que hay un granero inmenso para todas las bocas, pero absurdo e inútil cuando niega la mano un puñado de vida a aquellas que no cuadran el balance que exige la lujuria; más y sobre todo si esta al extender su brazo, asfixia hasta la luz del horizonte. Bocas donde el labio es frontera de un dolor injusto, terrible, innecesario. Bocas que serán alimento del cuervo o el gusano antes de que tal vez la leche-madre las haya humedecido. Bocas, bocas, bocas, millones de bocas invisibles para el dormido ojo del poder sin conciencia. Bocas que no podrán siquiera acusar sin palabras a esas otras bocas que las han condenado, desde sus altas miras financieras, a dormir en las fauces de una muerte indigna.
Sagrario Hernández
(1er premio del XXIV Certámen Poético “Federico García Lorca” del Centro Cultural del mismo nombre en Barcelona. 18 junio 2005.)
y... yo...como vertiente de sangre rosada
sin lecho que la traduzca mar a la fuente
y cual torcaz forajida en silencio
que arrastra entre torrenteras las alas,
voy
Oh paloma, duerme triste
entre naufragios tus vuelos
Tú fuiste...
el ala, la pluma ,
mi espíritu inocente yuntando luces al cielo
Tú... paloma...oh dime ángel
si entre los limites y los gélidos inviernos,
serás capaz de curarte en la llaga la fronda
que de tan profunda al sembrarla,
hoy...en su arraigo inmaduro ...ahonda
Oh paloma, mi bella, mi herida de malva blancura
si sabes de mí... o de ella,
de la Luz germinándose anchura, en esa calentura
de fragua de tan fragante misticidad y envoltura...
-con esos giros orbitales
de líneas sin vector ondulantes
por entre fronterizas y pertrechadas rojas mixturas-
dime...oh tú mi contrariada y amante brújula paloma,
si sabes de ella o de mí...o si acaso oiste hablar
de nosotras...
¿...adónde es que se extraviaron entre mordazas las alas
que de tan torcaces y hermosas fueron también amorosas...?
Oh ...ala paloma ...eras... la más,
la blanca ,
mas...aun sin ser la que eras... ya eres ...ahora...alma...
la más enamorada sin ser amada en pulcritud o en blancura,
la más amplia hechura sin vuelo curvándose hostil en la pluma,
la más oscura entre las noctámbulas opacadas albas
la más hermosa por integridad y soltura
ornando altiva la compostura
y la más talada paloma blanca
en la altura
Y ya vas planeando ambigua en la estrechez de tu angostura...ancha,
mientras armas poemas rotos con la doble agonía errante de la fractura,
revoloteando sin consuelo y solitaria, en aleros y sin aires clausurada,
con una tristeza en el nido y un soliloquio furtivo
alborotando preñez, en el ala
Al fondo de la noche
las tres velas bogando
como lunas ancladas.
Dulce Pontes lanzaba sus cristales,
las cintas de su voz, la melodía
contra las altas palmas que bailaban al viento.
Una humareda roja, azulándose, verde,
cambiando los tejidos y la danza
que, ancestral, era rito,
la memoria de brujas y druidas.
Ella estaba envolviéndose en la sombra,
meciéndose en el mar.
Alguien la amaba, pero sus ojos eran sombra,
sus manos eran vidrios anclados en la sombra,
su melena una cruz de maderas y sombra.
La sombra se elevaba
en su respiración, tenía nombre,
el silenciado nombre que se grita en la sombra.
Dulce Pontes llevaba en sus manos claveles,
un círculo de pétalos abriéndose,
envolviendo sus pies descalzos y ese fuego
de donde descendía, a llamas, la silueta
de aquel enamorado de la noche.
Dos ajorcas lucía en sus tobillos,
ajorcas con campanas,
diminutas campanas que iban sonando, que iban
deletreando la sombra, que sonaban, que iban
alzando su sonido entre el compás
de las agudas sílabas. El viento
erizaba la luz de las palmeras.
Ella tenía un nombre entre los ojos,
tenía un nombre ahí, en su caja de música,
tenía un nombre, aquel
con que la mar pronuncia sus espumas,
tenía el nombre exacto de las olas,
el de la oscura noche del silencio,
el del puñal de piedra
que se clava por siempre en la memoria.
Las volutas, la danza, la noche, cascabeles,
las palmas de la gente levantándose
en las horas tangentes a los sueños.
Danzaba Dulce Pontes, ella, sólo,
trenzaba en su interior
la delgada palabra de la hoguera,
la delgada palabra de lo atávico,
la delgada palabra del violín
que se iba convirtiendo
en el perfil amado de la sombra.
Danzaba la memoria,
mientras el escenario iba llagándose
de fuegos y la falda
moviendo el oleaje de aquel fado.
Los claveles caídos,
la madera cubriéndose de enigmas,
las velas agitándose,
una mujer de largos cabellos levantando
sus ojos a la sombra,
desnuda ya del tiempo, detenida,
quemada ya en el fuego,
palpitando en el agua,
cruzando ya los aires y dejando
la tierra de sus labios
contra aquel laberinto. Sólo el fado,
el fado que era un nido de metales,
el fado que era un río torrencial
en donde la humareda
se convertía en peces, en designios,
en turbulentas olas arrastrándola
de nuevo a la memoria.
Un pájaro cruzó la noche con un faro
de luz en cada ojo.
Pero sus ojos negros eran sombra,
su perfil era sombra que, abismándose,
llegaba hasta otros labios que eran, mudos,
el oscuro lugar
donde todo gritaba, en aquel fado
que traía memoria de druidas y brujas.
Meu amor, meu amor…
La voz de Dulce Pontes se apagaba
hasta instaurar el tacto de la sombra.