en medio del círculo vicioso de una lidia injusta?
¿Cómo sobrevivir cuando ya ganas no quedan,
cuando la esperanza es nula
y las verdades son falsas
y el camino se aletarga
en la infinita espera?
¿De dónde sacar paciencia
cuando todas las puertas se cierran?
¿Cómo resistir y seguir intentando
conseguir lo que tanto cuesta?
¿Cómo seguir luchando cuando armas
ya no quedan,
cuando el mundo poderoso
se mofa del perdedor
y la población de vencidos aumenta?
¿Cómo seguir luchando
cuando se seca el pozo de la paciencia?
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Levitan catedrales en tu voz donde posa el asombro a sus cigüeñas y los niños de todas las naciones dejan al fin de padecer el mundo. Ha debido colgarse de tus jarcias la lucidez del lirio y de los arces que rezan en la glotis, arbolados, como oran en salmuera las olivas. Hay un cántaro de tildes y asonancias que retozan de gozo en el columpio donde ponen sus nidos los acentos y un velaje de hinojo empuña el bosque soñado por la flor de sus umbelas.
Maniobras bajo el humo movedizo con la garganta abierta hacia los puentes un tántrico milagro de lactancia que prospera en los tímpanos de golpe. Si alguien pregunta, Rosa, qué perpetran en la noche tus hélices vocales no sé que contestaras. No lo sé. Fermentan las hipótesis que brincan en el pálpito a ras de los magnolios y toda conjetura es un litigio de salitre ladrándole a los pájaros.
No sé que respondieras si preguntan qué gamuza de garzas escogió a tu voz para cubrirla.
Qué paz para los peces si el mar te oyera…
®M. Carmen Sáiz Neupaver
Música de Chopin - nocturne no.20 in c-sharp minor op.posth violin
Bocas ávidas, hambrientas de pezones oscuros: manantiales de vida. Bocas. Miles, millones de pequeñas bocas desdentadas, tiernas, luctuosas ya en el primer albor de una sonrisa. Bocas que no serán besadas jamás por otras bocas, que no pronunciarán un nombre con dulzura, que no repetirán la melodía ancestral de su pueblo. Bocas que no resistirán la primavera porque habrán sucumbido -inocentes- antes de que un derecho, natural y preciso, las rescate en el tiempo. Bocas aferrándose al llanto como único recurso de alimento, como único repudio del olvido; porque no habrá otras bocas que afirmen su existencia trazándoles senderos de esperanza por donde acuda un sueño -sin dolor y sin moscas- hasta la desazón de sus entrañas. Bocas que son aniquiladas ya antes del esbozo: en el envite último del vientre o en el primer aliento de un gemido. Bocas que no llegan a ser ni tan siquiera un número estadístico en un oscuro archivo de oficina. Bocas por las que llora el alma de un escaso destino atormentado, por las que gritan dioses -pequeños, taciturnos- sin poder y sin gloria. Bocas que mueren sin saber que hay un granero inmenso para todas las bocas, pero absurdo e inútil cuando niega la mano un puñado de vida a aquellas que no cuadran el balance que exige la lujuria; más y sobre todo si esta al extender su brazo, asfixia hasta la luz del horizonte. Bocas donde el labio es frontera de un dolor injusto, terrible, innecesario. Bocas que serán alimento del cuervo o el gusano antes de que tal vez la leche-madre las haya humedecido. Bocas, bocas, bocas, millones de bocas invisibles para el dormido ojo del poder sin conciencia. Bocas que no podrán siquiera acusar sin palabras a esas otras bocas que las han condenado, desde sus altas miras financieras, a dormir en las fauces de una muerte indigna.
Sagrario Hernández
(1er premio del XXIV Certámen Poético “Federico García Lorca” del Centro Cultural del mismo nombre en Barcelona. 18 junio 2005.)
y... yo...como vertiente de sangre rosada
sin lecho que la traduzca mar a la fuente
y cual torcaz forajida en silencio
que arrastra entre torrenteras las alas,
voy
Oh paloma, duerme triste
entre naufragios tus vuelos
Tú fuiste...
el ala, la pluma ,
mi espíritu inocente yuntando luces al cielo
Tú... paloma...oh dime ángel
si entre los limites y los gélidos inviernos,
serás capaz de curarte en la llaga la fronda
que de tan profunda al sembrarla,
hoy...en su arraigo inmaduro ...ahonda
Oh paloma, mi bella, mi herida de malva blancura
si sabes de mí... o de ella,
de la Luz germinándose anchura, en esa calentura
de fragua de tan fragante misticidad y envoltura...
-con esos giros orbitales
de líneas sin vector ondulantes
por entre fronterizas y pertrechadas rojas mixturas-
dime...oh tú mi contrariada y amante brújula paloma,
si sabes de ella o de mí...o si acaso oiste hablar
de nosotras...
¿...adónde es que se extraviaron entre mordazas las alas
que de tan torcaces y hermosas fueron también amorosas...?
Oh ...ala paloma ...eras... la más,
la blanca ,
mas...aun sin ser la que eras... ya eres ...ahora...alma...
la más enamorada sin ser amada en pulcritud o en blancura,
la más amplia hechura sin vuelo curvándose hostil en la pluma,
la más oscura entre las noctámbulas opacadas albas
la más hermosa por integridad y soltura
ornando altiva la compostura
y la más talada paloma blanca
en la altura
Y ya vas planeando ambigua en la estrechez de tu angostura...ancha,
mientras armas poemas rotos con la doble agonía errante de la fractura,
revoloteando sin consuelo y solitaria, en aleros y sin aires clausurada,
con una tristeza en el nido y un soliloquio furtivo
alborotando preñez, en el ala
Al fondo de la noche
las tres velas bogando
como lunas ancladas.
Dulce Pontes lanzaba sus cristales,
las cintas de su voz, la melodía
contra las altas palmas que bailaban al viento.
Una humareda roja, azulándose, verde,
cambiando los tejidos y la danza
que, ancestral, era rito,
la memoria de brujas y druidas.
Ella estaba envolviéndose en la sombra,
meciéndose en el mar.
Alguien la amaba, pero sus ojos eran sombra,
sus manos eran vidrios anclados en la sombra,
su melena una cruz de maderas y sombra.
La sombra se elevaba
en su respiración, tenía nombre,
el silenciado nombre que se grita en la sombra.
Dulce Pontes llevaba en sus manos claveles,
un círculo de pétalos abriéndose,
envolviendo sus pies descalzos y ese fuego
de donde descendía, a llamas, la silueta
de aquel enamorado de la noche.
Dos ajorcas lucía en sus tobillos,
ajorcas con campanas,
diminutas campanas que iban sonando, que iban
deletreando la sombra, que sonaban, que iban
alzando su sonido entre el compás
de las agudas sílabas. El viento
erizaba la luz de las palmeras.
Ella tenía un nombre entre los ojos,
tenía un nombre ahí, en su caja de música,
tenía un nombre, aquel
con que la mar pronuncia sus espumas,
tenía el nombre exacto de las olas,
el de la oscura noche del silencio,
el del puñal de piedra
que se clava por siempre en la memoria.
Las volutas, la danza, la noche, cascabeles,
las palmas de la gente levantándose
en las horas tangentes a los sueños.
Danzaba Dulce Pontes, ella, sólo,
trenzaba en su interior
la delgada palabra de la hoguera,
la delgada palabra de lo atávico,
la delgada palabra del violín
que se iba convirtiendo
en el perfil amado de la sombra.
Danzaba la memoria,
mientras el escenario iba llagándose
de fuegos y la falda
moviendo el oleaje de aquel fado.
Los claveles caídos,
la madera cubriéndose de enigmas,
las velas agitándose,
una mujer de largos cabellos levantando
sus ojos a la sombra,
desnuda ya del tiempo, detenida,
quemada ya en el fuego,
palpitando en el agua,
cruzando ya los aires y dejando
la tierra de sus labios
contra aquel laberinto. Sólo el fado,
el fado que era un nido de metales,
el fado que era un río torrencial
en donde la humareda
se convertía en peces, en designios,
en turbulentas olas arrastrándola
de nuevo a la memoria.
Un pájaro cruzó la noche con un faro
de luz en cada ojo.
Pero sus ojos negros eran sombra,
su perfil era sombra que, abismándose,
llegaba hasta otros labios que eran, mudos,
el oscuro lugar
donde todo gritaba, en aquel fado
que traía memoria de druidas y brujas.
Meu amor, meu amor…
La voz de Dulce Pontes se apagaba
hasta instaurar el tacto de la sombra.
Se fecundó en la matriz de mis musas como una orquídea de céltico talle, y a bordo de los dedos me temblaba la tentación de imaginar sus vientres como asilos idílicos de música.
Aún su sombra frecuenta mi escritorio de la misma manera en que la noche suele rondarnos, descalza de voz. Vine a sentirlo feto de una estrofa pero nunca mis folios presenciaron el parto deseable de aquél verso pues, aun siendo mi pluma su placenta, -orfanato de tinta musicada- negué su alumbramiento al no escribirlo, y aquello que no nace ni se escribe acaba pernoctando entre lo oscuro.
Dialogan, pues, mis toldos con el vuelo de las cigüeñas que, prestas, soñaron conspirar en mis hojas con la vida. Esta tarde mis dedos se resienten sobre ese parador de extraño mundo en el que a ciegas silban los tinteros.
Nada deja de ser como creía: los delirios de un verso y sus fantasmas son turbios pasajeros de uno mismo.
Y los hay como yo que hasta se asustan de que alguien te resuma en un poema.
Se volvió la tierra negra sobre los rubios cabellos, bramaron las almas calmando su dolor; mil manos eran viento, mil dedos corazones que volaron con él. Ha muerto el sol extenuado sobre la hierba verde; ¿En qué luna habitarás ahora para cubrir los olivos con un rayo de porcelana? en el del recuerdo dicen, pues, ¡cuán difícil será olvidar!.
Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy. El río anuda al mar su lamento obstinado. Abandonado como los muelles en el alba. Es la hora de partir, oh abandonado! Sobre mi corazón llueven frías corolas. Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! En ti se acumularon las guerras y los vuelos. De ti alzaron las alas los pájaros del canto. Todo te lo tragaste, como la lejanía. Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio ! Era la alegre hora del asalto y el beso. La hora del estupor que ardía como un faro. Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego, turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio! En la infancia de niebla mi alma alada y herida. Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo. Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio! Hice retroceder la muralla de sombra. anduve más allá del deseo y del acto. Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí, a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto. Como un vaso albergaste la infinita ternura, y el infinito olvido te trizó como a un vaso. Era la negra, negra soledad de las islas, y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos. Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta. Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro. Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos! Mi deseo de ti fue el más terrible y corto, el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido. Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas, aún los racimos arden picoteados de pájaros. Oh la boca mordida, oh los besados miembros, oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados. Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo en que nos anudamos y nos desesperamos. Y la ternura, leve como el agua y la harina. Y la palabra apenas comenzada en los labios. Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo, y en el cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio! Oh sentina de escombros, en ti todo caía, qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron. De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste de pie como un marino en la proa de un barco. Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes. Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo. Pálido buzo ciego, desventurado hondero, descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! Es la hora de partir, la dura y fría hora que la noche sujeta a todo horario. El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa. Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros. Abandonado como los muelles en el alba. Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos. Ah más allá de todo. Ah más allá de todo. Es la hora de partir. Oh abandonado.
Tengo una pena prendida del alma que me atosiga, me daña, me oprime... es de amargura violenta y extraña, ¡un desconsuelo muy duro y sublime!
Cuanta negrura sembrada en el tiempo para arrancar de tu amor este mío; yo que te amé más que a mí, hoy me siento como despojo que arrojas al río.
Soy esa hembra perdida y sin calma con una herida tan honda que oprime, tengo la hoguera que arde sin llama, si no se apaga... ¿qué hago?, tú dime.
Cuantas ausencias -que ahora ya entiendo- son la injusticia que avisa al destino, te derramé tanto amor en el viento que está de rosas sembrado el camino.
Puedes decir, qué no existe lo nuestro; -y así olvidar lo que ya hemos vivido- puedes jurar otra vez que no es cierto, ¡qué no es verdad lo que tú me has querido!
Pero esas noches preñadas de amores cuando tus labios buscaban los míos, y tantos nardos temblando en pasiones fueron sembrando mi campo baldío…
Aquellas noches de fuego no ignores que sé muy bien, que las llevas contigo.
Como un sol arrugado por el peso del día,
en su órbita y sin libertad ..., tú : amanecer prohibido.
No te alcanzan las luces de sus fuegos siderales,
no te colman de transparencia los inútiles vientos
que portan simientes de lucha a tu vida.
Tú, imposible cosecha de alboradas entre pájaros muertos,
con una moribunda verdad sangrándote en las plumas.
No, aún no es capaz, el hombre, de revivir lo que no ha muerto.
No puede levantar con sus manos los escombros de un derrumbe
que ni siquiera ha sido edificado en la idea.
No. Nunca nadie pasó por aqui sin haber dejado antes, labrada,
la huella tiritante de su propio miedo, la agonia de su furia
sobre esta blanca razón de infatigable desdicha.
Siendo ya , apenas , tú, la hoja que el aire sostiene
domesticada y dócil sobre su pecho,
soy yo , imbatible, el ojo que observa mudo y aterrado
la ingravidez oscilatoria de tu desnudez inquieta.
Oh ... cuánta palabra llena, convirtiéndose en hueco,
a golpe de muerte con la impermeabilidad del vacío..
...Todo ésto sin fiebre
pero con la ausencia irrefutable
de una promesa.
Decidme para qué tanto silencio perenne, aquí, en los ojos. Los ojos como pozos, como ventanas fijas, como bloques sin puertas, como vasos. Y me asomo y me miro en el espejo roto de este pozo y no veo nada, y no oigo nada en el cuajado silencio de la tarde. Y no oigo nada, he dicho, no oigo nada cuando asomo mi cara, aún dormida, a la ventana por donde pasan, yertos, tres caballos.
Siluetas de silencio con crines de silencio, con ojos de silencio que me miran desde adentro del pozo, desde la calle oscura de la vida, desde el bloque sin puertas de la muerte, desde un vaso sin agua en donde abrevan fijos. Tan sólo el movimiento de levantar sus cuellos y agacharlos, la pregunta. La pregunta que dobla a las especies sin agua que las guíe, sin sonidos: levantamos el cuello cual caballos hacia ese viento agraz y luego abajo: como ese sí perenne de la vida, de nuestra vida seca, de nuestra vida agria, perennemente agria, aquí, en el vaso.
Y para qué tanta sed en esta puerta, en este edificio que se inunda en silencio y sin agua y los caballos que trotan pétreamente, que, ahora mismo, estirados y gráciles son las venas por donde no corre nada. Son la vida por donde no corre nada. Son el viento por donde no corre nada. Son los ojos. No oigo nada. Los caballos han muerto. Son los ojos. Han muerto con las crines del viento. Son las almas por donde no corre nada. Son las sombras por donde no habita nada. Son las manos, las manos que me ahogan en esta tierra sola. Son los ojos.
Para qué quiero tanto silencio entre los ojos. Vierto el vaso y la vida no me mira. He vertido el silencio con los ojos. Muero pues. No soy nada. Solo queda un caballo. Sólo queda un caballo y me persigue. Es mi muerte el caballo, el que no tiene crines, al viento, que le peinen. Mi muerte ha ido a beber a otro pozo callado en donde nadie le dirá nunca nada: ahí, el silencio.
Una noche
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas,
Una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
y tu sombra
fina y lánguida
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban.
Y eran una
y eran una
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
Esta noche
solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
por el infinito negro,
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida
y el chillido
de las ranas,
sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
¡entre las blancuras níveas
de las mortüorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada...
Y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola
¡iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!...
El doctor Francisco Laprida,
asesinado el día 23 de septiembre de 1829
por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir:
Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me asecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes,
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí ... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.
Yo, lobo estepario, troto y troto,
la nieve cubre el mundo,
el cuervo aletea desde el abedul,
pero nunca una liebre, nunca un ciervo.
¡Amo tanto a los ciervos!
¡Ah, si encontrase alguno!
Lo apresaría entre mis dientes y mis patas,
eso es lo más hermoso que imagino.
Para los afectivos tendría buen corazón,
devoraría hasta el fondo de sus tiernos perniles,
bebería hasta hartarme de su sangre rojiza,
y luego aullaría toda la noche, solitario.
Hasta con una liebre me conformaría.
El sabor de su cálida carne es tan dulce de noche.
¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar
una pizca la vida está lejos de mí?
El pelo de mi cola tiene ya un color gris,
apenas puedo ver con cierta claridad,
y hace años que murió mi compañera.
Ahora troto y sueño con ciervos,
troto y sueño con liebres,
oigo soplar el viento en noches invernales,
calmo con nieve mi garganta ardiente,
llevo al diablo hasta mi pobre alma.
¡ AY MISERO DE MÍ !
[Soliloquio: Fragmento de La vida es sueño]
Pedro Calderón de la Barca
¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
qué yo no gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
(gracias al docto pincel),
cuando, atrevida y crüel
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas, bajel de escamas,
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huida;
¿y teniendo yo más vida
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón,
negar a los hombres sabe
privilegio tan süave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?
Por la manchega llanura se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar.
Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura, y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar, va cargado de amargura, que allá encontró sepultura su amoroso batallar. Va cargado de amargura, que allá «quedó su ventura» en la playa de Barcino, frente al mar.
Por la manchega llanura se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar. Va cargado de amargura, va, vencido, el caballero de retorno a su lugar.
¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura, en horas de desaliento así te miro pasar! ¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura y llévame a tu lugar; hazme un sitio en tu montura, caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura que yo también voy cargado de amargura y no puedo batallar!
Ponme a la grupa contigo, caballero del honor, ponme a la grupa contigo, y llévame a ser contigo pastor.
Por la manchega llanura se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar...
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
1:1 Palabras de Cohélet, hijo de David, rey en Jerusalén.
1:2 ¡Vanidad, pura vanidad!, dice Cohélet.
¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad!
1:3 ¿Qué provecho saca el hombre
de todo el esfuerzo que realiza bajo el sol?
Nada nuevo bajo el sol
1:4 Una generación se va y la otra viene,
y la tierra siempre permanece.
1:5 El sol sale y se pone,
y se dirige afanosamente hacia el lugar
de donde saldrá otra vez.
1:6 El viento va hacia el sur
y gira hacia el norte;
va dando vueltas y vueltas,
y retorna sobre su curso.
1:7 Todos los ríos van al mar
y el mar nunca se llena;
al mismo lugar donde van los ríos,
allí vuelven a ir.
1:8 Todas las cosas están gastadas,
más de lo que se puede expresar.
¿No se sacia el ojo de ver
y el oído no se cansa de escuchar?
1:9 Lo que fue, eso mismo será;
lo que se hizo, eso mismo se hará:
¡no hay nada nuevo bajo el sol!
1:10 Si hay algo de lo que dicen:
"Mira, esto sí que es algo nuevo",
en realidad, eso mismo ya existió
muchísimo antes que nosotros.
1:11 No queda el recuerdo de las cosas pasadas,
ni quedará el recuerdo de las futuras
en aquellos que vendrán después.
La experiencia decepcionante de Cohélet
1:12 Yo, Cohélet,
he sido rey de Israel, en Jerusalén,
1:13 y me dediqué a investigar y a explorar con sabiduría
todo lo que se hace bajo el cielo:
es esta una ingrata tarea
que Dios impuso a los hombres
para que se ocupen de ella.
1:14 Así observé todas las obras que se hacen bajo el sol,
y vi que todo es vanidad y correr tras el viento.
1:15 Lo torcido no se puede enderezar,
ni se puede contar lo que falta.
1:16 Entonces me dije a mí mismo:
Yo acumulé una gran sabiduría,
más que todos mis predecesores en Jerusalén,
y mi corazón ha visto mucha sabiduría y ciencia.
1:17 Me dediqué a conocer la sabiduría,
la ciencia, la locura y la necedad,
y advertí que también eso es correr tras el viento.
1:18 Porque mucha sabiduría trae mucha aflicción,
y el que acumula ciencia, acumula dolor.
CAPÍTULO 2
La búsqueda del placer, intento ilusorio
2:1 Yo me dije a mí mismo: "Ven, te haré experimentar el placer;
goza del bienestar".
Pero también esto es vanidad.
2:2 De la risa, dije: "No es más que locura",
y de la alegría: "¿Para qué sirve?"
2:3 Decidí estimular mi carne con el vino,
manteniendo la mente lúcida,
y dejarme llevar de la insensatez,
hasta ver qué les conviene
hacer a los hombres bajo el cielo,
en los contados días de su vida.
2:4 Emprendí grandes obras:
me construí mansiones y planté viñedos;
2:5 me hice jardines y parques,
y planté allí toda clase de árboles frutales;
2:6 me fabriqué cisternas, para regar el bosque donde crecían los árboles;
2:7 compré esclavos y esclavas,
y algunos me nacieron en casa;
poseí también ganado en abundancia,
más que todos mis predecesores en Jerusalén.
2:8 Amontoné además plata y oro,
y tesoros dignos de reyes y de provincias;
me conseguí cantores y cantoras,
y muchas mujeres hermosas,
que son la delicia de los hombres.
2:9 Llegué a ser tan grande,
que superé a todos mis predecesores en Jerusalén.
Sin embargo, la sabiduría permanecía siempre conmigo.
2:10 No negué a mis ojos nada de lo que pedían,
ni privé a mi corazón de ningún placer;
mi corazón se alegraba de todo mi trabajo,
y este era el premio de todo mi esfuerzo.
2:11 Pero luego dirigí mi atención
a todas las obras que habían hecho mis manos
y a todo el esfuerzo que me había empeñado en realizar,
y vi que todo es vanidad y correr tras el viento:
¡no se obtiene ningún provecho bajo el sol!
El sabio y el necio, iguales ante la muerte
2:12 Entonces volví mis ojos hacia la sabiduría,
hacia la locura y la insensatez.
Porque ¿qué hará el sucesor del rey?
Lo mismo que ya se había hecho antes.
2:13 Y vi que la sabiduría aventaja a la insensatez,
como la luz a las tinieblas:
2:14 el sabio tiene los ojos bien puestos,
mientras que el necio camina en tinieblas.
Pero yo sé también que a los dos les espera la misma suerte.
2:15 Y me dije a mí mismo:
si la suerte del necio será también la mía,
¿para qué, entonces, me hice más sabio?
Y pensé que también esto es vanidad.
2:16 Porque no perdurará el recuerdo
ni del sabio ni del necio:
con el paso de los días, todo cae en el olvido.
Así es: ¡el sabio muere igual que el necio!
2:17 Y llegué a detestar la vida,
porque me da fastidio todo lo que se hace bajo el sol.
Sí, todo es vanidad y correr tras el viento.
Vana recompensa del esfuerzo
2:18 Y también detesté todo el esfuerzo
que había realizado bajo el sol,
y que tendré que dejar al que venga después de mí.
2:19 ¿Y quién sabe si él será sabio o necio?
Pero será el dueño de lo que yo he conseguido
con esfuerzo y sabiduría bajo el sol.
También esto es vanidad.
2:20 Y llegué a desesperar
de todo el esfuerzo que había realizado bajo el sol.
2:21 Porque un hombre que ha trabajado
con sabiduría, con ciencia y eficacia,
tiene que dejar su parte
a otro que no hizo ningún esfuerzo.
También esto es vanidad y una grave desgracia.
2:22 ¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo
y todo lo que busca afanosamente bajo el sol?
2:23 Porque todos sus días son penosos,
y su ocupación, un sufrimiento;
ni siquiera de noche descansa su corazón.
También esto es vanidad.
Los bienes recibidos de Dios
2:24 Lo único bueno para el hombre
es comer y beber,
y pasarla bien en medio de su trabajo.
Yo vi que también esto viene de la mano de Dios.
2:25 Porque ¿quién podría comer o gozar
si no es gracias a él?
2:26 Porque al que es de su agrado
él le da sabiduría, ciencia y alegría;
al pecador, en cambio, lo ocupa en amontonar y atesorar
para dárselo al que agrada a Dios.
También esto es vanidad y correr tras el viento.
CAPÍTULO 3
El momento oportuno
3:1 Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa
bajo el sol:
3:2 un tiempo para nacer y un tiempo para morir,
un tiempo para plantar y un tiempo para arrancarlo plantado;
3:3 un tiempo para matar y un tiempo para curar,
un tiempo para demoler y un tiempo para edificar;
3:4 un tiempo para llorar y un tiempo para reír,
un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar;
3:5 un tiempo para arrojar piedras
y un tiempo para recogerlas,
un tiempo para abrazarse
y un tiempo para separarse;
3:6 un tiempo para buscar
y un tiempo para perder,
un tiempo para guardar y un tiempo para tirar;
3:7 un tiempo para rasgar y un tiempo para coser,
un tiempo para callar y un tiempo para hablar;
3:8 un tiempo para amar y un tiempo para odiar,
un tiempo de guerra
y un tiempo de paz.
La incomprensibilidad de la obra de Dios
3:9 ¿Qué provecho obtiene el trabajador con su esfuerzo?
3:10 Yo vi la tarea que Dios impuso a los hombres
para que se ocupen de ella.
3:11 Él hizo todas las cosas apropiadas a su tiempo,
pero también puso en el corazón del hombre
el sentido del tiempo pasado y futuro,
sin que el hombre pueda descubrir
la obra que hace Dios desde el principio hasta el fin.
3:12 Yo comprendí que lo único bueno para el hombre
es alegrarse y buscar el bienestar en la vida.
3:13 Después de todo, que un hombre coma y beba
y goce del bienestar con su esfuerzo,
eso es un don de Dios.
3:14 Yo reconocí que todo lo que hace Dios
dura para siempre:
no hay que añadirle ni quitarle nada,
y Dios obra así para que
se tenga temor en su presencia.
3:15 Lo que es, ya fue antes,
lo que ha de ser, ya existió,
y Dios va en busca de lo que es fugaz.
La condición humana
3:16 Yo he visto algo más bajo el sol:
en lugar del derecho, la maldad
y en lugar de la justicia, la iniquidad.
3:17 Entonces me dije a mí mismo:
Dios juzgará al justo y al malvado,
porque allá hay un tiempo
para cada cosa y para cada acción.
3:18 Yo pensé acerca de los hombres:
si Dios los prueba, es para que vean
que no se distinguen de los animales.
3:19 Porque los hombres y los animales
tienen todos la misma suerte:
como mueren unos, mueren también los otros.
Todos tienen el mismo aliento vital
y el hombre no es superior a las bestias,
porque todo es vanidad.
3:20 Todos van hacia el mismo lugar:
todo viene del polvo y todo retorna al polvo.
3:21 ¿Quién sabe si el aliento del hombre
sube hacia lo alto,
y si el aliento del animal
baja a lo profundo de la tierra?
3:22 Por eso, yo vi que lo único bueno para el hombre
es alegrarse de sus obras,
ya que esta es su parte:
¿Quién, en efecto, lo llevará a ver
lo que habrá después de él?
CAPÍTULO 4
La opresión de los débiles
4:1 Yo volví mis ojos a todas las opresiones
que se cometen bajo el sol:
ahí están las lágrimas de los oprimidos,
y no hay quien los consuele.
La fuerza está del lado de los opresores,
y no hay nadie que les dé su merecido.
4:2 Entonces tuve por más felices
a los muertos, porque ya están muertos,
que a los vivos, porque viven todavía;
4:3 y consideré más feliz aún
al que todavía no ha existido,
porque no ha visto las infamias
que se cometen bajo el sol.
La rivalidad
4:4 Yo vi que todo el esfuerzo
y toda la eficacia de una obra
no son más que rivalidad de unos contra otros.
También esto es vanidad y correr tras el viento.
4:5 El necio se cruza de brazos
y se devora a sí mismo.
4:6 Más vale un puñado con tranquilidad,
que las dos manos bien llenas
a costa de fatigas y de correr tras el viento.
La ambición
4:7 Luego volví mis ojos
a otra cosa vana bajo el sol:
4:8 un hombre está completamente solo,
no tiene hijo ni hermano,
pero nunca pone fin a su esfuerzo
ni se sacia de ambicionar riquezas.
Entonces, ¿para quién me esfuerzo
y me privo del bienestar?
También esto es vanidad y una tarea ingrata.
Desventajas de la soledad
4:9 Valen más dos juntos que uno solo,
porque es mayor la recompensa del esfuerzo.
4:10 Si caen, uno levanta a su compañero;
pero ¡pobre del que está solo y se cae,
sin tener a nadie que lo levante!
4:11 Además, si se acuestan juntos, sienten calor,
pero uno solo, ¿cómo se calentará?
4:12 Y a uno solo se lo domina,
pero los dos podrán resistir,
porque la cuerda trenzada no se rompe fácilmente.
La inestabilidad del poder político
4:13 Más vale un joven pobre y sabio
que un rey viejo y necio,
que ya no es capaz de hacerse aconsejar.
4:14 Aunque aquel salió de la cárcel para reinar
y había sido pobre en su propio reino,
4:15 yo vi a todos los vivientes
que caminan bajo el sol
ponerse de parte del joven sucesor,
que se erigió en lugar del otro.
4:16 Era una multitud interminable
la que él encabezaba.
Pero los que vendrán después
tampoco estarán contentos con él,
porque también esto es vanidad y correr tras el viento.
Advertencias sobre el culto y los votos
4:17 Vigila tus pasos cuando vayas a la Casa de Dios.
Acércate dispuesto a escuchar,
más bien que a ofrecer el sacrificio de los insensatos,
porque ellos no se dan cuenta que obran mal.
Hago girar mis brazos como dos aspas locas...
en la noche toda ella de metales azules.
Hacia donde las piedras no alcanzan y retornan.
Hacia donde los fuegos oscuros se confunden.
Al pie de las murallas que el viento inmenso abraza.
Corriendo hacia la muerte como un grito hacia el eco.
El lejano, hacia donde ya no hay más que la noche
y la ola del designio, y la cruz del anhelo.
Dan ganas de gemir el más largo sollozo.
De bruces frente al muro que azota el viento inmenso.
Pero quiero pisar más allá de esa huella:
pero quiero voltear esos astros de fuego:
lo que es mi vida y es más allá de mi vida,
eso de sombras duras, eso de nada, eso de lejos:
quiero alzarme en las últimas cadenas que me aten,
sobre este espanto erguido, en esta ola de vértigo,
y echo mis piedras trémulas hacia este país negro,
solo, en la cima de los montes,
solo, como el primer muerto,
rodando enloquecido, presa del cielo oscuro
que mira inmensamente, como el mar en los puertos.
Aquí, la zona de mi corazón,
llena de llanto helado, mojada en sangres tibias.
Desde él, siento saltar las piedras que me anuncian.
En él baila el presagio del humo y la neblina.
Todo de sueños vastos caídos gota a gota.
Todo de furias y olas y mareas vencidas.
Ah, mi dolor, amigos, ya no es dolor de humano.
Ah, mi dolor, amigos, ya no cabe en mi vida.
Y en él cimbro las hondas que van volteando estrellas!
Y en él suben mis piedras en la noche enemiga!
Quiero abrir en los muros una puerta. Eso quiero.
Eso deseo. Clamo. Grito. Lloro. Deseo.
Soy el más doloroso y el más débil. Lo quiero.
El lejano, hacia donde ya no hay más que la noche.
Pero mis hondas giran. Estoy. Grito. Deseo.
Astro por astro, todos fugarán en astillas.
Mi fuerza es mi dolor, en la noche. Lo quiero.
He de abrir esa puerta. He de cruzarla. He de vencerla.
Han de llegar mis piedras. Grito. Lloro. Deseo.
Sufro, sufro y deseo. Deseo, sufro y canto.
Río de viejas vidas, mi voz salta y se pierde.
Tuerce y destuerce largos collares aterrados.
Se hincha como una vela en el viento celeste.
Rosario de la angustia, yo no soy quien lo reza.
Hilo desesperado, yo no soy quien lo tuerce.
El salto de la espada a pesar de los brazos.
El anuncio en estrellas de la noche que viene.
Soy yo: pero es mi voz la existencia que escondo.
El temporal de aullidos y lamentos y fiebres.
La dolorosa sed que hace próxima el agua.
La resaca invencible que me arrastra a la muerte.
Gira mi brazo entonces, y centellea mi alma.
Se trepan los temblores a la cruz de mis cejas.
He aquí mis brazos fieles! He aquí mis manos ávidas!
He aquí la noche absorta! Mi alma grita y desea!
He aquí los astros pálidos todos llenos de enigma!
He aquí mi sed que aúlla sobre mi voz ya muerta!
He aquí los cauces locos que hacen girar mis hondas!
Las voces infinitas que preparan mi fuerza!
Y doblado en un nudo de anhelos infinitos,
en la infinita noche, suelto y suben mis piedras.
Más allá de esos muros, de esos límites, lejos.
Debo pasar las rayas de la lumbre y la sombra.
Por qué no he de ser yo? Grito. Lloro. Deseo.
Sufro, sufro y deseo. Cimbro y zumban mis hondas.
El viajero que alargue su viaje sin regreso.
El hondero que trice la frente de la sombra.
Las piedras entusiastas que hagan parir la noche.
La flecha, la centella, la cuchilla, la proa.
Grito. Sufro. Deseo. Se alza mi brazo, entonces,
hacia la noche llena de estrellas en derrota.
He aquí mi voz extinta. He aquí mi alma caída.
Los esfuerzos baldíos. La sed herida y rota.
He aquí mis piedras ágiles que vuelven y me hieren.
Las altas luces blancas que bailan y se extinguen.
Las húmedas estrellas absolutas y absortas.
He aquí las mismas piedras que alzó mi alma en combate.
He aquí la misma noche desde donde retornan.
Soy el más doloroso y el más débil. Deseo.
Deseo, sufro, caigo. El viento inmenso azota.
Ah, mi dolor, amigos, ya no es dolor de humano!
Ah, mi dolor, amigos, ya no cabe en la sombra!
En la noche toda ella de astros fríos y errantes,
hago girar mis brazos como dos aspas locas.
En la mitad del barranco las navajas de Albacete, bellas de sangre contraria, relucen como los peces.
Una dura luz de naipe recorta en el agrio verde caballos enfurecidos y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo lloran dos viejas mujeres. El toro de la reyerta su sube por la paredes. Angeles negros traían pañuelos y agua de nieve. Angeles con grandes alas de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla rueda muerto la pendiente su cuerpo lleno de lirios y una granada en las sienes. Ahora monta cruz de fuego, carretera de la muerte.
El juez con guardia civil, por los olivares viene. Sangre resbalada gime muda canción de serpiente. Señores guardias civiles: aquí pasó lo de siempre. Han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses
La tarde loca de higueras y de rumores calientes cae desmayada en los muslos heridos de los jinetes. Y ángeles negros volaban por el aire del poniente. Angeles de largas trenzas y corazones de aceite.
...oooOOOooo...
Romance sonámbulo. A Gloria Giner y Fernando de los Ríos
Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...? Ella sigue en su baranda, verde carne, pelo verde, soñando en la mar amarga.
Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando desde los puertos de Cabra.
Si yo pudiera, mocito, este trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda. ¿ No veis la herida que tengo desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero yo ya no soy yo. Ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos hasta las altas barandas, ¡Dejadme subir!, dejadme hasta las altas barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas. Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal, herían la madrugada.
Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe, se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua. La noche se puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña.
...oooOOOooo...
La monja gitana. A José Moreno Villa
Silencio de cal y mirto. Malvas en las hierbas finas. La monja borda alhelíes sobre una tela pajiza. Vuelan en la araña gris siete pájaros del prisma. La iglesia gruñe a lo lejos como un oso panza arriba. ¡Que bien borda! ¡Con qué gracia! Sobre la tela pajiza ella quisiera bordar flores de su fantasía. ¡Qué girasol! ¡Qué magnolia de lentejuelas y cintas! ¡Qué azafranes y qué lunas, en el mantel de la misa! Cinco toronjas se endulzan en la cercana cocina. Las cinco llagas de Cristo cortadas en Almería. Por los ojos de la monja galopan dos caballistas. Un rumor último y sordo le despega la camisa, y al mirar nubes y montes en las yertas lejanías, se quiebra su corazón de azúcar y yerbaluisa. ¡Oh, qué llanura empinada con veinte soles arriba! ¡Qué ríos puestos de pie vislumbra su fantasía! Pero sigue con sus flores, mientras que de pie, en la brisa, la luz juega el ajedrez alto de la celosía.