La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.
...oooOOOooo...
Preciosa y el aire. A Dámaso Alonso
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene,
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira la niña tocando
una dulce gaita ausente.
Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.
¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.
Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.
Quiere volar el pájaro y no lo dejo ¿Si has dormido hasta ahora A qué quieres abrir tus alas? Ha deshora, la vida ya se fue
Escucho tus razones,- contestó- por eso..¡¡que la vida se acaba y no he podido volar, alzar el vuelo¡¡¡ el dejarme llevar en noche oscura sentir el temporal sobre mis alas o dejar que el sol las queme sin consuelo
No entiendo, ¿qué ha pasado? ¿El soñar no te alcanza? ¿No es bastante, pensar que existe la posibilidad de conseguirlo? ¿Para qué intentar un vuelo inútil? Si la vida no es más que un cielo negro, donde vamos a tientas procurando encontrar una luz que nos es esquiva
No lo intentes, por tu bien, Que ya es muy tarde, sigue soñando pájaro enjaulado Que tu sueño es tu espada y tu abrigo Tu volar permitido tu condena... Vuela pájaro enjaulado, vuela.-
Música original e interpretación....Silvia Occorso
Lectura a cargo de ..................Rosa Iglesias
EL EMBARGO
Señol jues, pasi usté más alanti
y que entrin tos ésos.
No le dé a usté ansia,
no le dé a usté mieo...
Si venís antiayel a afligila,
sos tumbo a la puerta. ¡Pero ya s'ha muerto!
Embargal, embargal los avíos,
que aquí no hay dinero:
lo he gastao en comías pa ella
y en boticas que no le sirvieron;
y eso que me quea,
porque no me dio tiempo a vendello,
ya me está sobrando,
ya me está jediendo.
Embargal esi sacho de pico,
y esas jocis clavás en el techo,
y esa segureja
y ese cacho e liendro...
¡Jerramientas, que no quedi ni una!
¿Ya pa qué las quiero?
Si tuvía que ganalo pa ella,
¡cualisquiá me quitaba a mí eso!
Pero ya no quio vel esi sacho,
ni esas jocis clavás en el techo,
ni esa segureja
ni ese cacho e liendro...
¡Pero a vel, señol jues: cuidiaíto
si alguno de esos
es osao de tocali a esa cama
ondi ella s'ha muerto:
la camita ondi yo la he querío
cuando dambos estábamos güenos;
la camita ondi yo la he cuidiau,
la camita ondi estuvo su cuerpo
cuatro mesis vivo
y una noche muerto!...
Señol jues: que nenguno sea osao
de tocali a esa cama ni un pelo,
porque aquí lo jinco
delanti usté mesmo.
Lleváisoslo todu,
todu, menos eso,
que esas mantas tienin
suol de su cuerpo...
¡y me güelin, me güelin a ella
ca ves que las güelo!...
Caes desde el fondo de tus ojos
como sutil gota que, impasible,
se detiene ante mi ávida mirada.
Caes desde la nieve, palpitando
corazones que huyen de todo
y que a todo se enfrentan por un beso.
Caen ante mí, ¡oh, fugaces quimeras!
tus espacios, tus leyes,
una lágrima que, herida, sabe de destierros
y, a lo lejos, tu última palabra;
caen desde el centro de tu pecho enmudecido
sobre frutales que pronto tornaran al fruto,
sobre la tierra que se expande en barros
y que se llevará el tiempo en memorias perdidas.
Caes desde mí, desde el infinito
horizonte que me aterra,
desde la calle que me mira con ojos infelices.
Caes y así empapas mis besos
en posición de espera para siempre
Del aire al aire, como una red vacía, iba yo entre las calles y la atmósfera, llegando y despidiendo, en el advenimiento del otoño la moneda extendida de las hojas, y entre la primavera y las espigas, lo que el más grande amor, como dentro de un guante que cae, nos entrega como una larga luna.
(Días de fulgor vivo en la intemperie de los cuerpos: aceros convertidos al silencio del ácido: noches desdichadas hasta la última harina: estambres agredidos de la patria nupcial.)
Alguien que me esperó entre los violines encontró un mundo como una torre enterrada hundiendo su espiral más abajo de todas las hojas de color de ronco azufre: más abajo, en el oro de la geología, como una espada envuelta en meteoros, hundí la mano turbulenta y dulce en lo más genital de lo terrestre.
Puse la frente entre las olas profundas, descendí como gota entre la paz sulfúrica, y, como un ciego, regresé al jazmín de la gastada primavera humana.
IISi la flor a la flor entrega el alto germen y la roca mantiene su flor diseminada en su golpeado traje de diamante y arena, el hombre arruga el pétalo de la luz que recoge en los determinados manantiales marinos y taladra el metal palpitante en sus manos. Y pronto, entre la ropa y el humo, sobre la mesa hundida, como una barajada cantidad, queda el alma: cuarzo y desvelo, lágrimas en el océano como estanques de frío: pero aún mátala y agonízala con papel y con odio, sumérgela en la alfombra cotidiana, desgárrala entre las vestiduras hostiles del alambre.
No: por los corredores, aire, mar o caminos, quién guarda sin puñal (como las encarnadas amapolas) su sangre? La cólera ha extenuado la triste mercancía del vendedor de seres, y, mientras en la altura del ciruelo, el rocío desde mil años deja su carta transparente sobre la misma rama que lo espera, oh corazón, oh frente triturada entre las cavidades del otoño. Cuántas veces en las calles del invierno de una ciudad o en un autobús o un barco en el crepúsculo, o en la soledad más espesa, la de la noche de fiesta, bajo el sonido de sombras y campanas, en la misma gruta del placer humano, me quise detener a buscar la eterna veta insondable que antes toqué en la piedra o en el relámpago que el beso desprendía.
(Lo que en el cereal como una historia amarilla de pequeños pechos preñados va repitiendo un número que sin cesar es ternura en las capas germinales, y que, idéntica siempre, se desgrana en marfil y lo que en el agua es patria transparente, campana desde la nieve aislada hasta las olas sangrientas.)
No pude asir sino un racimo de rostros o de máscaras precipitadas, como anillos de oro vacío, como ropas dispersas hijas de un otoño rabioso que hiciera temblar el miserable árbol de las razas asustadas.
No tuve sitio donde descansar la mano y que, corriente como agua de manantial encadenado, o firme como grumo de antracita o cristal, hubiera devuelto el calor o el frío de mi mano extendida. Qué era el hombre? En qué parte de su conversación abierta entre los almacenes de los silbidos, en cuál de sus movimientos metálicos vivía lo indestructible, lo imperecedero, la vida?
III
El ser como el maíz se desgranaba en el incansable granero de los hechos perdidos, de los acontecimientos miserables, del uno al siete, al ocho, y no una muerte, sino muchas muertes llegaba a cada uno: cada día una muerte pequeña, polvo, gusano, lámpara que se apaga en el lodo del suburbio, una pequeña muerte de alas gruesas entraba en cada hombre como una corta lanza y era el hombre asediado del pan o del cuchillo, el ganadero: el hijo de los puertos, o el capitán oscuro del arado, o el roedor de las calles espesas:
todos desfallecieron esperando su muerte, su corta muerte diaria: y su quebranto aciago de cada día era como una copa negra que bebían temblando.
IV
La poderosa muerte me invitó muchas veces: era como la sal invisible en las olas, y lo que su invisible sabor diseminaba era como mitades de hundimientos y altura o vastas construcciones de viento y ventisquero.
Yo al férreo vine, a la angostura del aire, a la mortaja de agricultura y piedra, al estelar vacío de los pasos finales y a la vertiginosa carretera espiral: pero, ancho mar, oh muerte!, de ola en ola no vienes, sino como un galope de claridad nocturna o como los totales números de la noche.
Nunca llegaste a hurgar en el bolsillo, no era posible tu visita sin vestimenta roja: sin auroral alfombra de cercado silencio: sin altos enterrados patrimonios de lágrimas.
No pude amar en cada ser un árbol con su pequeño otoño a cuestas (la muerte de mil hojas) todas las falsas muertes y las resurrecciones sin tierra, sin abismo: quise nadar en las más anchas vidas, en las más sueltas desembocaduras, y cuando poco a poco el hombre fue negándome y fue cerrando paso y puerta para que no tocaran mis manos manantiales su inexistencia herida, entonces fui por calle y calle y río y río, y ciudad y ciudad y cama y cama, y atravesó el desierto mi máscara salobre, y en las últimas casas humilladas, sin lámpara, sin fuego, sin pan, sin piedra, sin silencio, solo, rodé muriendo de mi propia muerte.
V
No eras tú, muerte grave, ave de plumas férreas, la que el pobre heredero de las habitaciones llevaba entre alimentos apresurados, bajo la piel vacía: era algo, un pobre pétalo de cuerda exterminada: un átomo del pecho que no vio al combate o el áspero rocío que no cayó en la frente. Era lo que no pudo renacer, un pedazo de la pequeña muerte sin paz ni territorio: un hueso, una campana que morían en él. Yo levanté las vendas del yodo, hundí las manos en los pobres dolores que mataban la muerte, y no encontré en la herida sino una racha fría que entraba por los vagos intersticios del alma.
VI
Entonces en la escala de la tierra he subido entre la atroz maraña de las selvas perdidas hasta ti, Macchu Picchu. Alta ciudad de piedras escalares, por fin morada del que lo terrestre no escondió en las dormidas vestiduras. En ti, como dos líneas paralelas, la cuna del relámpago y del hombre se mecían en un viento de espinas.
Madre de piedra, espuma de los cóndores.
Alto arrecife de la aurora humana.
Pala perdida en la primera arena.
Ésta fue la morada, éste es el sitio: aquí los anchos granos del maíz ascendieron y bajaron de nuevo como granizo rojo.
Aquí la hebra dorada salió de la vicuña a vestir los amores, los túmulos, las madres, el rey, las oraciones, los guerreros.
Aquí los pies del hombre descansaron de noche junto a los pies del águila, en las altas guaridas carniceras, y en la aurora pisaron con los pies del trueno la niebla enrarecida, y tocaron las tierras y las piedras hasta reconocerlas en la noche o la muerte.
Miro las vestiduras y las manos, el vestigio del agua en la oquedad sonora, la pared suavizada por el tacto de un rostro que miró con mis ojos las lámparas terrestres, que aceitó con mis manos las desaparecidas maderas: porque todo, ropaje, piel, vasijas, palabras, vino, panes, se fue, cayó a la tierra.
Y el aire entró con dedos de azahar sobre todos los dormidos: mil años de aire, meses, semanas de aire, de viento azul, de cordillera férrea, que fueron como suaves huracanes de pasos lustrando el solitario recinto de la piedra.
VII
Muertos de un solo abismo, sombras de una hondonada, la profunda, es así como al tamaño de vuestra magnitud vino la verdadera, la más abrasadora muerte y desde las rocas taladradas, desde los capiteles escarlata, desde los acueductos escalares os desplomasteis como en un otoño en una sola muerte. Hoy el aire vacío ya no llora, ya no conoce vuestros pies de arcilla, ya olvidó vuestros cántaros que filtraban el cielo cuando lo derramaban los cuchillos del rayo, y el árbol poderoso fue comido por la niebla, y cortado por la racha.
Él sostuvo una mano que cayó de repente desde la altura hasta el final del tiempo. Ya no sois, manos de araña, débiles hebras, tela enmarañada: cuanto fuisteis cayó: costumbres, sílabas raídas, máscaras de luz deslumbradora.
Pero una permanencia de piedra y de palabra: la ciudad como un vaso se levantó en las manos de todos, vivos, muertos, callados, sostenidos de tanta muerte, un muro, de tanta vida un golpe de pétalos de piedra: la rosa permanente, la morada: este arrecife andino de colonias glaciales.
Cuando la mano de color de arcilla se convirtió en arcilla, y cuando los pequeños párpados se cerraron llenos de ásperos muros, poblados de castillos, y cuando todo el hombre se enredó en su agujero, quedó la exactitud enarbolada: el alto sitio de la aurora humana: la más alta vasija que contuvo el silencio: una vida de piedra después de tantas vidas.
VIII
Sube conmigo, amor americano. Besa conmigo las piedras secretas. La plata torrencial del Urubamba hace volar el polen a su copa amarilla.
Vuela el vacío de la enredadera, la planta pétrea, la guirnalda dura sobre el silencio del cajón serrano. Ven, minúscula vida, entre las alas de la tierra, mientras -cristal y frío, aire golpeado - apartando esmeraldas combatidas, oh agua salvaje, bajas de la nieve.
Amor, amor, hasta la noche abrupta, desde el sonoro pedernal andino, hacia la aurora de rodillas rojas, contempla el hijo ciego de la nieve.
Oh, Wilkamayu de sonoros hilos, cuando rompes tus truenos lineales en blanca espuma, como herida nieve, cuando tu vendaval acantilado canta y castiga despertando al cielo, qué idioma traes a la oreja apenas desarraigada de tu espuma andina?
Quién apresó el relámpago del frío y lo dejó en la altura encadenado, repartido en sus lágrimas glaciales, sacudido en sus rápidas espadas, golpeando sus estambres aguerridos, conducido en su cama de guerrero, sobresaltado en su final de roca?
Qué dicen tus destellos acosados? Tu secreto relámpago rebelde antes viajó poblado de palabras? Quién va rompiendo sílabas heladas, idiomas negros, estandartes de oro, bocas profundas, gritos sometidos, en tus delgadas aguas arteriales?
Quién va cortando párpados florales que vienen a mirar desde la tierra? Quién precipita los racimos muertos que bajan en tus manos de cascada a desgranar su noche desgranada en el carbón de la geología?
Quién despeña la rama de los vínculos? Quién otra vez sepulta los adioses?
Amor, amor, no toques la frontera, ni adores la cabeza sumergida: deja que el tiempo cumpla su estatura en su salón de manantiales rotos, y, entre el agua veloz y las murallas, recoge el aire del desfiladero, las paralelas láminas del viento, el canal ciego de las cordilleras, el áspero saludo del rocío, y sube, flor a flor, por la espesura, pisando la serpiente despeñada.
En la escarpada zona, piedra y bosque, polvo de estrellas verdes, selva clara, Mantur estalla como un lago vivo o como un nuevo piso del silencio.
Ven a mi propio ser, al alba mía, hasta las soledades coronadas. El reino muerto vive todavía.
Y en el Reloj la sombra sanguinaria del cóndor cruza como una nave negra.
IX
Aguila sideral, viña de bruma. Bastión perdido, cimitarra ciega. Cinturón estrellado, pan solemne. Escala torrencial, párpado inmenso. Túnica triangular, polen de piedra. Lámpara de granito, pan de piedra. Serpiente mineral, rosa de piedra. Nave enterrada, manantial de piedra. Caballo de la luna, luz de piedra. Escuadra equinoccial, vapor de piedra. Geometría final, libro de piedra. Témpano entre las ráfagas labrado. Madrépora del tiempo sumergido. Muralla por los dedos suavizada. Techumbre por las plumas combatida. Ramos de espejo, bases de tormenta. Tronos volcados por la enredadera. Régimen de la garra encarnizada. Vendaval sostenido en la vertiente. Inmóvil catarata de turquesa. Campana patriarcal de los dormidos. Argolla de las nieves dominadas. Hierro acostado sobre sus estatuas. Inaccesible temporal cerrado. Manos de puma, roca sanguinaria. Torre sombrera, discusión de nieve. Noche elevada en dedos y raíces. Ventana de las nieblas, paloma endurecida. Planta nocturna, estatua dc los truenos. Cordillera esencial, techo marino. Arquitectura de águilas perdidas. Cuerda del cielo, abeja de la altura. Nivel sangriento, estrella construida. Burbuja mineral, luna de cuarzo. Serpiente andina, frente de amaranto. Cúpula del silencio, patria pura. Novia del mar, árbol de catedrales. Ramo de sal, cerezo de alas negras. Dentadura nevada, trueno frío. Luna arañada, piedra amenazante. Cabellera del frío, acción del aire. Volcán de manos, catarata oscura. Ola de plata, dirección del tiempo.
X
Piedra en la piedra, el hombre, dónde estuvo? Aire en el aire, el hombre, dónde estuvo? Tiempo en el tiempo, el hombre, dónde estuvo? Fuiste también el pedacito roto de hombre inconcluso, de águila vacía que por las calles de hoy, que por las huellas, que por las hojas del otoño muerto va machacando el alma hasta la tumba? La pobre mano, el pie, la pobre vida... Los días de la luz deshilachada en ti, como la lluvia sobre las banderillas de la fiesta, dieron pétalo a pétalo de su alimento oscuro en la boca vacía? Hambre, coral del hombre, hambre, planta secreta, raíz de los leñadores, hambre, subió tu raya de arrecife hasta estas altas torres desprendidas?
Yo te interrogo, sal de los caminos, muéstrame la cuchara, déjame, arquitectura, roer con un palito los estambres de piedra, subir todos los escalones del aire hasta el vacío, rascar la entraña hasta tocar el hombre.
Macchu Picchu, pusiste piedra en la piedra, y en la base, harapos? Carbón sobre carbón, y en el fondo la lágrima? Fuego en el oro, y en él, temblando el rojo goterón de la sangre? Devuélveme el esclavo que enterraste! Sacude de las tierras el pan duro del miserable, muéstrame los vestidos del siervo y su ventana. Dime cómo durmió cuando vivía. Dime si fue su sueño ronco, entreabierto, como un hoyo negro hecho por la fatiga sobre el muro. El muro, el muro! Si sobre su sueño gravitó cada piso de piedra, y si cayó bajo ella como bajo una luna, con el sueño! Antigua América, novia sumergida, también tus dedos, al salir de la selva hacia el alto vacío de los dioses, bajo los estandartes nupciales de la luz y el decoro, mezclándose al trueno de los tambores y de las lanzas, también, también tus dedos, los que la rosa abstracta y la línea del frío, los que el pecho sangriento del nuevo cereal trasladaron hasta la tela de materia radiante, hasta las duras cavidades, también, también, América enterrada, guardaste en lo más bajo en el amargo intestino, como un águila, el hambre?
XI
A través del confuso esplendor, a través de la noche de piedra, déjame hundir la mano y deja que en mí palpite, como un ave mil años prisionera el viejo corazón del ovidado! Déjame olvidar hoy esta dicha, que es más ancha que el mar, porque el hombre es más ancho que el mar y que sus islas, y hay que caer en él como en un pozo para salir del fondo con un ramo de aguas secretas y de verdades sumegidas. Déjame olvidar, ancha piedra, la proporción poderosa, la trascendente movida, las piedras del panal, y de la escuadra déjame hoy resbalar la mano sobre la hipotenusa de áspera sangre y silicio. Cuando, como una herradura de élitros rojos, el cóndor furibundo me golpea las sienes en el orden del vuelo y el huracán de plumas carniceras barre el polvo sombrío de las escalinatas diagonales, no veo la bestia veloz, no veo el ciego ciclo de sus barras, veo el antiguo ser, servidor, el dormido en los campos, veo el cuerpo, mil cuerpos, un hombre, mil mujeres, bajo la racha negra, negros de lluvia y noches, con la piedra pesada de la estatua: Juan Cortapiedras, hijo de Wiracocha, Juan Comefrío, hijo de estrella verde, Juan Piesdescalzos, nieto de la turquesa, sube a nacer conmigo, hermano.
XII
Sube a nacer conmigo, hermano. Dame la mano desde la profunda zona de tu dolor diseminado. No volverás del fondo de las rocas. No volverás del tiempo subterráneo. No volverá tu voz endurecida. No volverán tus ojos taladrados. Mírame desde el fondo de la tierra, labrador, tejedor, pastor callado: domador de guanacos tutelares: albañil del andamio desafiado: aguador de las lágrimas andinas: joyero de los dedos machacados: agricultor temblando en la semilla: alfarero en tu greda derramado: traed a la copa de esta nueva vida vuestros viejos dolores enterrados. Mostradme vuestra sangre y vuestro surco, decidme: aquí fui castigado, porque la joya no brilló o la tierra no entregó a tiempo la piedra o el grano: señaladme la piedra en que caísteis y la madera en que os crucificaron, encendedme los viejos pedernales, las viejas lámparas, los látigos pegados a través de los siglos en las llagas y las hachas de brillo ensangrentado. Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos los silenciosos labios derramados y desde el fondo habladme toda esta larga noche como si yo estuviera con vosotros anclado, contadme todo, cadena a cadena, eslabón a eslabón, y paso a paso, afilad los cuchillos que guardasteis, ponedlos en mi pecho y en mi mano, como un río de rayos amarillos, como un río de tigres enterrados, y dejadme llorar, horas, días, años, edades ciegas, siglos estelares.
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.
No permitiré que me dejen sola
invocando las voces de mi locura.
Hoy les voy a revelar todos mis secretos
porque él está aquí,
tan escondido como ese silencio
que me tiembla de memoria cuando escribo.
No dejaré que se vayan,
clavaré mis versos en cada sombra
para detenerlos,
y tendrán que escuchar
el aullido de mi piel,
sentir la humedad silvestre del camino
que recorro a ciegas amando...
Él está aquí...
en el extravío de mis ansias caprichosas,
aquí, tan cercano y tan distante
que me confunde la vida
entre el místico que reza
y el suicida que me regala esa última mirada,
Me buscaste en tantas manos frías
en tantas miradas vacías
en tantas sendas grises
mientras yo recorría caminos de estrellas
y de sueños
lejos del mundo y de la gente
y yo te esperaba allá
en océanos de ternura
bajo el hechizo de la Luna.. .
Me buscaste en tus versos
llenos de deseo y de ansiedad
y yo te esperaba en los míos
llenos de amor y de dulzuras...
Me buscaste en las nubes del otoño
y yo volaba en alas de primavera...
Pero desde el principio de los siglos
estabas dentro de mí
y yo estaba dentro de ti
porque nacimos para este nuestro amor
sin límites y sin fronteras...
CANTO y GUITARRA .... SILVIA OCCORSO LEIDO por ROSA IGLESIAS
MI ABUELA ANALFABETA
Mi abuela, la poeta,
murió analfabeta.
Hacía poesía
con hambre
y con soberbia.
Preso su marido,
vencida de una guerra
sabiéndose matada
decía ¡estic llesta!
Al paso los franquistas
rezaba sus blasfemias,
al paso de los pasos
lloraba su decencia,
al paso de los días
contaba sus miserias.
Creo que fue rica;
tengo de su herencia
rojas las mejillas
rojas las ideas,
y un traje de pasiones
de tela marinera..
Feliz un mes por año;
murió a los noventa
casada a los veinte
soltera a los cuarenta,
madre de un hijo
sombra de su nieta
que dice muy bajito
con algo de vergüenza:
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.
Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén.
¡Por qué queréis que obren bien,
si las incitáis al mal!
Parecer quiere el denuedo,
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco,
y luego le tiene miedo.
Queréis con presunción necia
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué honor puede ser más raro
que el que falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?
Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos si os tratan mal,
burlándoos si os quieren bien.
Opinión ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite es ingrata,
y si os admite es liviana.
Siempre tan necio andáis,
que con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.
¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?
Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido
es una pasión errada,
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga,
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?
Pues, para qué os espantáis
de la culpa que tenéis
queredlas cuál las hacéis
o hacedlas cuál las buscáis.